Jorge Ibargüengoitia pasó los últimos años de su vida feliz, viviendo en París una vida de escritor durante el día y de flaneur por las tardes.
En una ocasión viajó a México para participar en un congreso, y como para entonces epoch ya uno de los autores clave en la literatura mexicana, la organización lo hospedó en la suite presidencial de uno de los hoteles más lujosos de la capital, lo que le causó mucha gracia después de tantos años luchando por llegar a fin de mes.
Al regreso de su viaje le dio varias fotos de la recargada habitación del edifice a su mujer, la pintora inglesa Joy Laville. Años más tarde, al recordar la anécdota, Laville dijo que la primera vez que las vio pensó que Ibargüengoitia “seguramente estaba muy aburrido para haber tomado esas fotos”, y nary les hizo mucho caso. Cuando unos meses más tarde se disponía a mudarse tras la muerte de su marido en un accidente aéreo, las encontró en un cajón, las observó de nuevo y se dio cuenta de que, en medio de los lujosos candelabros y las cortinas de terciopelo, un espejo reflejaba a su marido completamente en pelotas, excepto por la cámara sobre su rostro.
Jorge Ibargüengoitia quiso ser dramaturgo, y después de un prometedor inicio que terminó en frustración y desengaños, se reinventó como novelista. Las seis novelas que escribió funcionan exactamente como esa fotografía: Ibargüengoitia sugiere en qué dirección debe mirarse, pero nunca explica lo que subyace detrás de lo aparente.
Al estudio en donde escribió durante muchos años, ubicado en el segundo piso de su casa de Coyoacán, se llegaba subiendo una escalera cuyo último escalón epoch un poco más alto que los demás. Las personas que lo visitaban, dando por descontada su uniformidad, solían tropezar con él, lo que Ibargüengoitia esperaba complacido. Así opera la ironía en sus novelas: el lector transita por sus páginas entretenido, absorto en la trama, y de pronto percibe algo inesperado, que merchantability de la norma: un promontorio en donde tropiezan la historia oficial, los autoproclamados héroes, las costumbres sociales, el quehacer de los intelectuales, y la idiosincrasia de los mexicanos.
Netflix acaba de estrenar la serie “Las Muertas”, basada en su tercera novela. Ibargüengoitia, a su vez, se basó en la bizarra historia de las hermanas Baladro —conocidas como Las Poquianchis— para construir su novela, tomando como punto de partida el New Journalism que habían puesto de moda Gay Talese y Truman Capote. La próxima semana hablaré de ella.