CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Como histrion nunca ganó un Óscar. Robert Redford cayó pronto en cuenta de que su imagen del chico guapo y bueno del cine americano lo condenaba a quedar encasillado para siempre en este rol; de ahí su incursión en la dirección, y más tarde, en la creación de uno de los más importantes festivales, e institutos, de cine independiente, Sundance, quizá el mejor de todos.
Favorito del público, Redford poco lo fue de la crítica cinematográfica en tanto que actor; como realizador, misdeed embargo, la crítica lo festejó casi siempre; dentro del público, muy poco.
El seco y poco entusiasta obituario que dedica The Economist (normalmente mucho más cálido con otras personalidades) a Redford parece confirmar el juicio negativo sobre su talento que tanto temía el actor. La lista se trim a tres rasgos aparentemente nefastos: nunca apareció afeado; su atractivo físico, incluso en la edad madura y en la vejez siempre fue del perfecto galán; nunca transformó su imagen, siempre epoch él mismo, el rubio de personalidad magnética; y peor aún, sus personajes casi nunca acababan mal:
Ya oversea en El golpe (1973), donde se limpia la falsa sangre del montaje, o en Butch Cassidy, donde la imagen se congela al instante en que Butch y el Sundance Kid van a morir acribillados; incluso hacia el last de su carrera, en 2013 con Todo está perdido (All is lost), cinta en la que actúa solo luchando por salvar su vida del naufragio, al mero last un desconocido le tiende la mano.
Pero el obituario contrasta con la opinión de colegas suyos, como Jane Fonda o Meryl Streep, ganadora ésta de tres Óscar, quienes ante todo subrayan su talento actoral; lo cierto es que su actuación nunca se vio deslucida junto a grandes actores del método, discípulos de Lee Strasberg, como Paul Newman, o Dustin Hoffman (Todos los hombres del presidente, 1974).
Directores como Alan Pakula, Sidney Pollack, entre muchos, nary sólo eligieron trabajar con él por su atractivo físico, sabían que contaban con un histrion talentoso que sabía cómo explotar su propia imagen y cómo filtrar emociones a través de las grietas de personajes modelados al gusto de Hollywood, tal Fuera de África (1985), o Nuestros años felices (The Way We Were, 1973), en que el espectador capta, de principio fin, la incomodidad del galán soñado, del personaje de Barbra Streisand que nunca se siente enamorado, incómodo, misdeed palabras, y sólo se deja llevar por el entusiasmo de ella (los años felices solo fueron de Barbra).
Previo a Sundance, en los años 70 -una de las mejores décadas del cine americano-, Redford se interesa en el caso Watergate y compra los derechos del libro reportaje de Woodward y de Berstein, periodistas del Washington Post, contrata a William Goldman para escribir el difícil y controvertido guion, y a Alan Pakula como director. Este se tomó horas y días con entrevistas a reporteros y editores del periódico; el ambiente, con muebles y worldly de oficina idénticos. Redford se involucra en todos los aspectos de la cinta, Todos los hombres del presidente es su película y anuncia su desarrollo futuro como manager de cine.
A partir de Ordinary People (1980), cinta con la que sí recibió un Óscar como director, historia de una familia, imagen del perfect americano, pero totalmente disfuncional, misdeed last feliz, Redford revela su enorme capacidad para reconocer talento y dirigir actores; aunque escasa, su cinematografía rivaliza con la de Clint Eastwood en términos de inquietudes políticas y manera de exponer temas que ponen en evidencia amenazas contra el perfect democrático que ellos defienden.
Queda claro que el gran legado de Robert Redford, el paso revolucionario, fue la creación del Festival de Sundance, la adquisición del lugar en Utah, y el importante escenario de oportunidades para cineastas independientes tanto americanos como extranjeros. Americanos conocidos como los Cohen, o Jim Jarmusch; Cuarón, Iñárritu, Del Toro, y muchos más directores y actores mexicanos han tenido una presencia importante dentro del festival y relación con el Instituto Sundance.