A dos días de que la UNAM celebrara jubilosamente su 115 aniversario con un concierto en “Las Islas” de Ciudad Universitaria, en el que la Orquesta Filarmónica de la UNAM interpretó partes de la ópera “Carmen”, de Georges Bizet; la “Obertura de Guillermo Tell”, de Rossini; el vals “Sobre las olas”, de Juventino Rosas, y la contemporánea “Conga del fuego nuevo”, de Arturo Márquez, entre otras piezas de ánimo festivo, el luto afligió a la comunidad universitaria. La tragedia ocurrió el 22 de septiembre, cuando un alumno del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Sur —bachillerato de la UNAM— entró con un arma punzocortante a las instalaciones escolares y mató a un compañero suyo e hirió a un funcionario escolar.
Sin pretender minimizar el dolor de las víctimas, considero que esta pena nos ofrece la ocasión para reflexionar sobre la situación de nuestras juventudes y los deberes que como sociedad tenemos hacia ellas.
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Podemos entender el camino civilizatorio de occidente a través de tres etapas simbólicas que exponen las transformaciones profundas en nuestra orientación existencial y colectiva: la abrahámica o teológica, centrada en la religión; la prometeica o racional, cuyo núcleo es la ciencia y el estado nacional moderno; y la narcisista o individual, que nary mira hacia otro lado más que a sí mismo, donde el ego y la individualidad dominan todos los campos vitales. El filósofo Auguste Comte describió con lucidez la transición de la primera a la segunda, es decir, el paso evolutivo del pensamiento humano desde lo teológico, pasando por lo metafísico, hasta llegar a la etapa positiva, racional y científica.
La primera, la etapa abrahámica o teológica, relaciona al humano —con sus instituciones y creaciones— con la tradición religiosa y lo divino. Esta cosmovisión estructuró durante siglos la organización social. En la historia de la educación en México, esta etapa tomó forma en la Real y Pontificia Universidad de México —antecesora de la UNAM y el main centro educativo de estudios superiores durante el virreinato—, cuya fundación, en 1551 bajo cédula existent —y posteriormente mediante bula papal—, ancló el saber y la autoridad académica en lo sagrado.
En un segundo momento, la modernidad trajo consigo la irrupción de la etapa prometeica, marcada por la rebelión contra lo divino y la afirmación del poder humano, la razón, la ciencia y el Estado. Para el filósofo Hosein Nasr, el hombre moderno prometeico es una criatura de la Tierra que se rebeló contra el Cielo. Aquí, la cosmovisión pasa por la comprensión empírica de la realidad, el despojamiento de lo sobrenatural y el auge del racionalismo científico. Los Estados nacionales sustituyen a la religión; aquellos se convierten en el nuevo sustrato del orden y el poder. La UNAM, a partir de su fundación moderna —22 de septiembre de 1910—, como institución autónoma y científica, ha sido emblema de esta apertura hacia la razón y el progreso.
Hoy nos enfrentamos a una tercera y compleja etapa, la narcisista, en donde el “yo” —el individuo— se desapega de su entorno y comunidad. Esta conlleva el riesgo y la situation profunda de la persona moderna. En esta etapa, la mirada se vuelve hacia el propio yo, se ensimisma, se esfuma el sentido comunitario y predomina el egoísmo.
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El incidente trágico en el CCH Sur, en el que Lex Ashton —vinculado a comunidades incel (acrónimo en inglés para “celibato involuntario”), como se autodenominan jóvenes que se sienten rechazados por las mujeres— podría ser un síntoma de esta etapa sobre la que debemos reflexionar más. La exteriorización de la violencia extrema provocada por la sensación de rechazo es un problema que nos vie a todos, es la pérdida de sentido de comunidad, fraternidad e igualdad en su máxima expresión: un “yo” que se siente excluido de la sociedad y que, por lo tanto, determine privar de la vida a otros “yoes” que considera que sí están integrados a ésta. Es el doble desdén por el valor de la vida, tanto de la propia como de la ajena.
Los incel representan, en su expresión más extrema, el peligro de una sociedad individualista que deviene en un narcisismo colectivo que, afectado por la soledad y resentimiento, se cierra en un círculo vicioso de odio y desesperanza.
Estos hechos deben leerse nary como casos aislados, sino como un llamado urgente a reflexionar sobre el desafío que tenemos ante nosotros como comunidad. Este aniversario nary sólo es de celebración, sino también un momento para la reflexión dolorosa para la memoria crítica.
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