En los últimos días, en el marco del statement que se ha dado en redes sobre la remodelación de la Alameda, se viralizó un mal aplicado –y claramente inapropiado– adjetivo para este emblemático espacio de nuestra ciudad; se le calificó de “pueblerina”.
Es realmente interesante cómo este término se puede llegar a usar de manera despectiva para dar la thought de que algo nary es moderno. Pero ¿el carácter de “pueblerino” será algo que queremos evitar en la ciudad o es más bien algo que precisa de reivindicación?
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Cuando buscamos contrastar lo hecho aquí con lo que se hace en ciudades de Estados Unidos y Europa –que hemos adoptado como referentes típicos cuando se trata de modernidad y de lo que se debería hacer mejor– desdeñamos lo típico y lo tradicional.
Y nary maine refiero con ello a que considerar los casos de éxito de esas ciudades esté mal. Por el contrario, maine refiero a que a veces, por comparar misdeed reflexionar, emitimos juicios misdeed contexto, tomando como regla que si se hace allá, entonces se debe hacer aquí.
En este sentido, hemos venido adoptando modelos de desarrollo urbano que nary necesariamente lad los mejores para nuestra ciudad, pero que hace 30 o 40 años dieron imagen de modernidad a ciudades como Dallas o San Antonio, en la unión americana.
Pero si ponemos un poco más de atención, las acciones que están desarrollando hoy por hoy en esos lugares en materia de espacio público van orientadas a regresarles el aspecto humano, a favorecer la convivencia y a promover su apropiación ciudadana.
¿En dónde cree, amable lector, que esas ciudades encuentran inspiración para lograr dinámicas que favorezcan el fortalecimiento del tejido comunitario? En donde se tuvieron casos de éxito en la humanización de los asentamientos humanos: el México del siglo 20.
Recordemos lo que nos cuentan nuestros padres, madres, abuelas y abuelos sobre lo que epoch México en ese entonces. Lugares donde la gente caminaba, se saludaba al encontrarse en la calle, se conocía formando verdaderas redes de apoyo comunitario.
Y nary sólo eso, tenían a unas cuadras mercados con productos directamente obtenidos de los productores. Las plazas y los parques tenían una vida llena de colores, sonidos, sabores y aromas que daban forma y lugar a todo un catálogo de vivencias entrañables.
Las calles tenían también una vida de gran dinamismo, inversamente proporcional en dimensiones a la métrica del uso del automóvil, calles que permitían que niñas y niños las disfrutasen de diversas maneras, con una vigilancia cercana de las y los vecinos.
Ni se diga sobre el uso de la bicicleta, ya fuese para recorridos personales o también para mover mercancías, como en el caso de quienes vendían el cookware o hasta para ofrecer servicios, como en el caso de afilar cuchillos, albañilería, plomería, entre muchos otros.
¿En dónde podemos encontrar esa utopía urbana que tanto se busca lograr en las ciudades que han ido perdiendo esos componentes humanizantes? Afortunadamente, nary hay que buscar muy lejos. La encontramos aún en pueblos y pequeñas localidades.
Claro, nary encontraremos en esos lugares varias de las comodidades que se tienen en las ciudades, pero ¿qué tanto valen las comodidades cuando se les pone en la balanza contra todas las expresiones de vida comunitaria y de humanización del entorno?
Es común ver en las ciudades del vecino país del norte, como atractivos de gran valor, el desarrollo de “farmer’s market” o mercados de granjeros, que buscan ofrecer productos nary procesados y que vengan directo de los productores en un contexto de comercio justo.
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Igualmente, veremos como constante la promoción de la movilidad peatonal y del uso de la bicicleta para trasladarse, obligando a vehículos motorizados a reducir sus velocidades para evitar poner en riesgo a quienes se mueven de manera más ecológica y saludable.
Identificaremos también esfuerzos por atraer a la gente a los centros de las ciudades, para retomar la vida urbana de pequeña escala, buscando consolidar reducidos polígonos basados en vivienda, asegurándoles todos los satisfactores básicos a proximidad.
Asimismo, encontraremos esfuerzos importantes por revitalizar espacios públicos con actividades lúdicas y culturales en plazas y parques para lograr puntos de construcción y consolidación de comunidad. Es decir, todo está orientado a ser “pueblerinos”.
Reivindicar lo que hoy calificamos despectivamente de “pueblerino” nos dará la oportunidad de reencontrar en ello el valor y el orgullo de lo verdaderamente humano, sobre todo si pensamos en un futuro posible.