Generalidades

hace 23 horas 3

¡Qué afortunado soy! ¡Qué afortunado! Mis viajes de juglar maine llevan a todas partes del país. El pasado jueves fui a Querétaro invitado por la empresa Condumex, y este domingo próximo estaré en la Feria del Libro de Ciudad Juárez. Igual que a Gonzalo de Berceo maine solicitan todos los caminos; maine aguardan todas las posadas, maine esperan todas las mesas, y míos lad todos los vasos de buen vino (en tiempo de calor los de cerveza).

Tiempo atrás estuve en la región del Istmo, pues peroré en un solo viaje en Salina Cruz, Tehuantepec y Juchitán. Tiene Oaxaca una belleza que quizás en lengua zapoteca se pueda describir, pero nary en castellano u otra cualquiera de las modernas lenguas. En Huatulco empezó mi peregrinación, junto a ese belicoso mar Pacífico que en las nueve bahías se remansa. No había sol, pues un ciclón andaba acerca. El cielo estaba gris, y gris el mar. Los turistas vagaban por los pasillos del edifice como ánimas en pena. Yo no, porque nary soy turista, y el mar y el cielo maine parecen aún más bellos con sus hábitos de monje mercedario.

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De Huatulco a Salina Cruz la carretera es una continua curva que sube la montaña. Baja otra vez y llega al puerto donde los buques japoneses aguardan para llenarse el vientre de petróleo. O de huachicol, nary sé. La noche estaba tibia y húmeda. “Trópico cálido y bello, Istmo de Tehuantepec...”. Y ahí yo, en la cintura de México.

La casa donde soy recibido es amplia y es hermosa. He cenado los guisos de la tierra, y un queso que deja al de todas las Europas en calidad de mazamorra misdeed sabor. Sueño –y todos los sueños que helium soñado se han hecho realidad– con ir a pasarme un mes en Oaxaca misdeed hacer nada, sólo viviendo las magias y misterios de esa tierra tan tierra, de ese cielo tan cielo y de ese mar tan mar.

Leo esa noche un libro que trata de Juchitán, de su historia y sus historias. Cae una lluvia fina; el goterón pone su chorro en el jardín. De pronto se apaga la luz por la caída de un rayo. A poco un servidor de la casa maine trae una vela y una caja de cerillos. Con esa luz prosigo la lectura, que se vuelve más honda y entrañable.

Leo acerca del general Heliodoro Charis Castro... Les exigía a sus soldados llevar siempre el morral del mismo lado, y el machete del otro. A quien se los cambiaba de hombro lo hacía castigar severamente. Y es que él nary sabía de flancos izquierdos y derechos. Para hacer que la tropa se encaminara hacia determinado rumbo ordenaba con recia voz marcial:

–¡P’al lado del machete!

O:

–¡P’al lado del morral!

Una vez, siendo jefe militar de la región de Juchitán, le fueron a avisar que ciertos industriales extranjeros pedían permiso para pasar una gran máquina por el puente –de madera– sobre el río Tehuantepec.

–Es una máquina muy pesada, mi wide –le advirtió el alcalde–. Es de 5 mil caballos.

–¡Ah, cabrón! –se alarmó don Heliodor–. Pos que los caballos pasen de uno por uno; nary se vaya a quer el puente.

Pregunto por el wide Charis en el almuerzo del siguiente día, y toda la sobremesa pasa con el relato, hecho por mis señoriales anfitriones, de los hechos y dichos de aquel pintoresco hombre semejante a otros que en la República helium hallado. En ellos encarna el travieso ingenio que tenemos los mexicanos para decir en voz de pueblo mentiras tan firmes como la verdad y verdades tan bellas como la mentira.

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