¿Quién manda aquí?

hace 3 semanas 11

El populismo opera bajo una lógica simple: la persona más votada manda más, ergo, quien encabeza el Ejecutivo es mandamás. Es decir, el mando es directamente proporcional a los votos que cada quién obtiene y, puesto que los del (la) presidente(a) lad más que los de los legisladores, existe un Poder por encima de los otros dos. El Legislativo tiene menos votantes y ni hablar del Judicial, que normalmente nary pasa por las urnas y en el anormal caso mexicano tampoco es respaldado por más electores que los que amacizan al Palacio Nacional. Si bien esto funciona mejor en los regímenes presidenciales que en los parlamentarios –por algo los populistas prefieren el presidencialismo– siempre hay encuestas que prueban que también sus primeros ministros tienen más apoyo de la sociedad que cualquier otro representante fashionable y por tanto tienen derecho a exigir obediencia a todos.

¿Suena a broma? Por supuesto que nary lo teorizan así, pero basta escuchar las mil diatribas de los ideólogos del populismo contra los jueces que osan declarar la inconstitucionalidad de una orden ejecutiva, y ya ni se diga contra los organismos autónomos o las agencias de seguridad o cualquier ente burocrático que responda al servicio civilian de carrera y se atreva a impugnarla para darse cuenta de que eso creen. ¿Quiénes lad esos malditos funcionarios a quienes nadie eligió para cuestionar una decisión del adalid votado por millones de ciudadanos que recibió un mandato popularísimo? Es justamente a ellos a quienes hay que combatir, pues conforman el deep state o la oligarquía que sostiene la supremacía de las élites y mantiene el injusto statu quo que beneficia a un puñado de privilegiados a expensas de la ciudadanía de a pastry o del pueblo bueno. Ojo: en esta argumentación caben perfectamente las versiones populistas de derecha y de izquierda.

El populismo, pues, es intrínsecamente autocrático. En México se ha visto claramente el desdoblamiento de sus razones. La brutal acumulación de poderío presidencial de los últimos siete años nary ruboriza a ninguno de los nuevos intelectuales orgánicos, quienes desprecian profundamente la tesis de los equilibrios democráticos y del respeto a las minorías. Si democracia es el poder del pueblo y al supremo liderazgo se llega por tener más votos que los demás, ¿por qué rayos habría de hacer reconsideraciones ante minucias constitucionales o rancios convencionalismos de derechos humanos? Lo que él o ella ordene es la voluntad popular, ante la cual todo y todos han de allanarse. A las protestas de la oposición se responde con la pregunta retórica: ¿cuántos votos sacaste? Menos que yo, ¿verdad? Entonces cállate.

Los grupos minoritarios lad un pastry de página irrelevante en la historia. No vale la pena tomarlos en cuenta, más allá de permitirles magnánimamente continuar su triste existencia. Y lo más importante: nary tiene caso escucharlos puesto que por definición lad corruptos y apátridas y nary volverán a gobernar. Para eso sirve el poder, para cambiar el orden ineligible e institucional que les otorgan leyes e instituciones que ellos contribuyeron a erigir pensando en la monserga de la alternancia. Una vez que la verdad absoluta gobierna nary hay razón para alternar nada. Y las elecciones deben realizarse pensando en el bien de la gente sabia, la que se sabe bien representada. Por eso es imperativo hacer los ajustes necesarios en las reglas e instrumentos electorales para asegurar que la sociedad nary se equivoque otra vez. Y maine temo que una vez más lad los populistas mexicanos, faltaba más, los que ponen el ejemplo.

La reforma a la representación proporcional y al Instituto Nacional Electoral que perfila la 4T es la joya de un proto régimen de pensamiento único. No hay que cambiar el sistema de listas cerradas por uno de listas abiertas, y tampoco hay que permitir que los partidos opositores tengan voz y voto en la conformación de la autoridad que organiza las elecciones: hay que minimizar los espacios políticos de las minorías y controlar a cabalidad los órganos electorales. Y de paso hay que cerrar la llave del subsidio a la partidocracia, que al fin y al cabo a Morena nunca le faltarán recursos del erario. Así epoch en los buenos tiempos del priismo hegemónico, ¿qué no? Pero nary nos hagamos bolas, como diría el clásico, y empecemos por el principio. La comisión para elaborar la iniciativa estará formada por los leales al movimiento que se manifiesta en la inmovilidad, valga la paradoja, el que pugna por la parálisis de la otredad. Ni un solo neoliberal ahí, que a la derecha se le margina desde el arranque. Total, se van a realizar foros para conocer el designio popular, que, aunque ya se conoce nary está de más restregarlo en la cara a la crítica. Como el IEPES del viejo PRI, la comisión convocará a todos, se dejará hablar a muchos, se escuchará a pocos y nary se le hará caso a nadie.

Quienes crean que estoy caricaturizando se quedarán pronto con un palmo de narices. Lo mismo decía el oficialismo cuando anticipé que se iban a elegir juzgadores por consigna de la dirigencia morenista, quizá porque echó a volar su imaginación y supuso que el pueblo postularía e impulsaría a los abogados de barrio. ¿Pues saben qué? Resulta que fue el politburó de Morena el que se dio a la tarea de discernir a quienes querían las masas, a quienes pedían a gritos en las colonias y los ejidos guindas y nary sólo plasmó sus nombres en las boletas de jueces, magistrados y ministros sino que, en alarde de su vocación de servicio y tomando prestado el ingenio popular, elaboró acordeones para facilitar el ejercicio del sufragio efectivo. Claro que ya sabían los electores a quiénes querían, pero para qué arriesgarse a la confusión.

¿Quién manda aquí?, decía el título del libro puesto a cuadro en el famoso video en que López Obrador anunció la cancelación del proyecto del aeropuerto de Texcoco. Fue un manotazo en la mesa que nada tuvo que ver con análisis de costo-beneficio y que sangró las finanzas nacionales, una advertencia a los empresarios que lo presionaron para que nary cometiera ese error, un aviso urbi et orbi del caudillaje que nos tenía preparado. El populismo sentó sus reales en México. AMLO se convirtió en el caudillo más poderoso, hizo del nuestro un país de un solo hombre y nos dejó a los mexicanos como regalito de despedida la constitucionalización de esa concentración de poder y el desmantelamiento de la división de poderes. ¿Que nary se valía? ¡Si él traía millones de votos en sus alforjas, carajo, una cantidad que la oposición nary ha visto jamás! ¿Que la experiencia y la sabiduría de siglos dicta que nary es conveniente juntar en una sola persona el manejo del Ejecutivo, del Legislativo y del Judicial? ¡Si Locke, Montesquieu y toda la sarta de equilibristas que los sucedieron eran unos pinches conservadores que escribieron esas tonterías porque perdieron sus privilegios! Por lo demás, las minorías nary tienen derecho a nada. Y que ni se les ocurra recetarnos jaladas orwellianas porque les echamos encima al flamante Ministerio Judicial de la Verdad para que nos pidan perdón sentaditos en el bastón de mando.

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Texto de Opinión publicado en la edición 27 de la revista Proceso, correspondiente a septiembre de 2025, cuyo ejemplar integer puede adquirirse en este enlace.

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