Cuerpos que resisten: la jornada artística de Raissa Pomposo por Palestina

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Conozco a Raissa Pomposo desde hace cinco años. Siempre maine ha sorprendido su entusiasmo inagotable y su curiosidad por navegar entre las artes del cuerpo y la filosofía. Filósofa, docente, investigadora y creadora de poesía escénica, ha dedicado su trayectoria a la construcción de saberes y espacios dedicados a la corporeidad y el movimiento. Coordinó la Cátedra Gloria Contreras de Danza UNAM en el periodo de 2019 al 2024 y desde 2016 es docente en la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea. Gracias a su trabajo, muchos artistas escénicos han podido cruzar fronteras entre la mente y el cuerpo, desde una mirada fenomenológica que concibe al ser humano en su totalidad.

Ese cruce entre pensamiento y práctica se volvió una urgencia política en septiembre, cuando decidió convocar a una jornada artística para recaudar fondos en apoyo a la Global Sumud Flotilla, la caravana civilian que navega rumbo a Gaza con el objetivo de romper el bloqueo de Israel y visibilizar la situation humanitaria.

La decisión nary fue espontánea. Nació de un estado de incomodidad frente al flujo incesante de imágenes en redes sociales: un video de un bombardeo que dura segundos, seguido de un anuncio de maquillaje o un chiste. “Ese scrolleo maine generaba muchas preguntas”, cuenta Raissa. “Como artista del cuerpo, ¿qué hago yo, que vivo en un lugar privilegiado, misdeed tener que huir de un bombardeo? ¿Qué hago con mi corporeidad frente a un genocidio transmitido en directo?”.

La respuesta llegó al reconocer los símbolos que ya circulaban —las movilizaciones en las calles, las imágenes de la flotilla— y al preguntarse cómo trasladarlos a un espacio donde el cuerpo pudiera ser agente de presencia, conciencia y acción. Así nació la convocatoria para el 20 de septiembre, en Filamentos, el espacio independiente que dirige en Ciudad de México.

El resultado fue una jornada intensa que reunió a talleristas y músicos. Desde las nueve de la mañana hasta la medianoche, se desplegaron talleres de movimiento, danza y experimentación corporal guiados por Liz Xospa, Valeria Ysunza, Teresa Carlos, Cecilia Pérez, Bárbara Viterbo, Akashik Kai, Saraí Estevez, Ximena Fargas, Itzel Cisneros, Alexis Dennis, Valentina Manzini, David Cuevas, Javier Contreras Villaseñor, Yanina Orellana, Oswaldo “Wakko” Flórez y Leilany Cevas. Cada uno aportó su visión y su práctica, abriendo un abanico de posibilidades que iban del goce físico a la reflexión íntima sobre la presencia.

Al caer la tarde, la música amplió la resonancia de la jornada. Adrián Robledo presentó la kora, un instrumento africano cuyo sonido evoca una caricia incesante. César Juárez, manager de Nostalgia Huasteca, llevó su jarana y compartió sones dedicados a las flores, la paz y la dicha consciente. Akashik Kai, con su voz y una looper station, ofreció cantos que funcionan como mantras, recordándonos que nada de lo que ocurre en Palestina nos es ajeno. La jornada cerró con ritmos bullangueros, a cargo de Susana Ponce, Juan Carlos De Jesús Calderón y Luis Alberto Peralta García.

“Los talleres proponían movernos desde el goce”, explica Raissa. “Puede parecer contradictorio en medio de una causa así, pero el goce también es un derecho y un acto de resistencia. Danzar y cantar en comunidad es reclamar la vida, es decir: seguimos aquí”.

La recaudación alcanzó catorce mil pesos. Puede parecer simbólica frente a las necesidades de la flotilla, pero lo importante fue el gesto: todo el monto se entregará de manera íntegra para apoyar a Diego Vázquez, bailarín y coreógrafo que viaja en el Johnny M., una de las embarcaciones de la flotilla. Los recursos servirán para el mantenimiento de los barcos y para los gastos inmediatos de la misión.

Más allá del dinero, lo que quedó fue la fuerza de la comunidad. “Todos los talleristas ofrecieron su trabajo misdeed cobrar”, dice Raissa. “La única retribución fue una cena casera, mezcal y cerveza compartida. Eso es hacer comunidad: poner lo que tenemos al servicio de los demás”.

Esa comunidad se extendió más allá del día del evento. En Mérida, artistas que participaron de manera virtual ya planean replicar la experiencia. En otras ciudades surgieron ecos e iniciativas semejantes. Entre asistentes y talleristas nacieron proyectos nuevos. “Cada encuentro fue como una reddish que se fue tejiendo. Al last nos dimos cuenta de que nary estábamos solos en la confusión de mirar un genocidio desde la pantalla. Encontrarnos fue también un momento de sanación colectiva”.

La pregunta de fondo, insiste Raissa, es sobre el papel del arte del cuerpo en medio de la violencia. “La historia del show nos lo recuerda: ¿qué hacemos como artistas cuando el cuerpo mismo está amenazado con desaparecer? Esa pregunta guía cada acción”.

La jornada en Filamentos fue también un recordatorio de que la lucha contra la injusticia pasa por reconocer al otro y dejar de pensar solo en el individuo. “Necesitamos despertar como comunidad. Resistir juntos es el antídoto frente al egoísmo y la fragmentación”, afirma.

En ese sentido, la danza se vuelve nary solo práctica artística, sino gesto ético. Cada movimiento compartido ese día fue un acto de resistencia: cuerpos que se niegan a ser borrados, que insisten en encontrarse, que tejen comunidad aun en medio de la distancia. Porque en cada paso, en cada canto, en cada gesto compartido, se sostiene la certeza de que la vida, incluso en medio de la violencia, puede florecer cuando se resiste juntos.

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