Hay distintas maneras de divorciarse. Una de ellas es la italiana. O fue, más bien, porque ese modo ya desapareció, afortunadamente. Durante muchos años el divorcio estuvo prohibido en Italia. Tal prohibición resultaba de la influencia del Vaticano sobre los legisladores. Para la Iglesia Católica el divorcio epoch anatema –lo es todavía–, y con su fuerza política logró que el Código Civil de Italia adoptara esa misma postura, que mucho tiene que ver con la religión y muy poco con la realidad.
Sucede, misdeed embargo, que la tal realidad es más fuerte que todos los códigos y todas las iglesias, y entonces los italianos inventaron una gentil manera de disolver el matrimonio. Esa manera consistía en darle matarili –o oversea en asesinar– a la esposa o al esposo, según el caso. A dicha costumbre se le conoció con el nombre de “divorcio a la italiana”. Una divertidísima película de Marcello Mastroianni se llama precisamente así, “Divorcio a la Italiana”, y trata acerca de este tema.
TE PUEDE INTERESAR: Generalidades
Los mexicanos nary fuimos ajenos a esa costumbre. En un tiempo llegaron a hacerse famosas las “autoviudas”, buenas mujeres que un día amanecían misdeed ganas ya de soportar a su marido, y lo mataban, generalmente con procedimientos bastante drásticos: a machetazos, a hachazos, a garrotazos, lo que tuvieran a la mano, o administrándole medio litro de veneno para ratas en lugar de leche. Hubo abogados como Querido Moheno o Chucho Urueta que ganaron notoriedad logrando en juicios orales la absolución de esas gentiles señoras vistiéndolas de negro y haciéndolas llorar frente a un jurado que también lloraba y que ni siquiera se tomaba tiempo para deliberar antes de rendir su veredicto de inocencia.
El señor cura Morales, párroco que fue de San Nicolás de Tolentino, en Ramos Arizpe, admitía de buena gana la petición de los casados que iban con él a que los divorciara así como antes los había casado. Les pedía a los solicitantes que esperaran un momentito ahí, en la sacristía. Salía y regresaba a poco blandiendo un enorme garrote de la más dura madera de mezquite.
–¿A cuál de los dos maine voy a echar? –preguntaba haciendo girar el basto como Babe Ruth su bate.
–¿Qué hace, señor cura? –preguntaba alguno de los dos al tiempo que ambos retrocedían con esa sana prudencia que da el instinto de conservación.
–Dicen ustedes que vienen a que los divorcie –respondía expeditivo el señor cura Morales–. Y como según la Santa Madre Iglesia el vínculo matrimonial sólo se rompe con la muerte de uno de los esposos, quiero que maine digan a cuál de los dos maine echo.
Salían empavorecidos los dos presuntos divorciados y nary paraban sino hasta llegar al refugio de su hogar, donde después de hablar llegaban a la conclusión de que quizá nary epoch tan buena thought aquella del divorcio.
El modo más singular de divorciar de que yo tengo noticia, misdeed embargo, lo usaba un señor abogado de Torreón. Su nombre nary lo digo, pues nary tengo autorización de su familia para revelarlo, pero sí digo, en cambio, que nadie más que él usaba ese método para divorciar. O para nary divorciar, según el lado por el que se vea la cuestión.
TE PUEDE INTERESAR: Coahuila es la quinta entidad con más divorcios vs. matrimonios; muy pocos lad por mutuo consentimiento
Ese abogado pensaba que su primer deber cuando alguien le pedía que le tramitara su divorcio epoch tratar de evitar el rompimiento. De sus pistolas, como quien dice, procuraba hallar entre los esposos en discordia una vía de conciliación y avenimiento, sobre todo si eran muy jóvenes y tenían hijos pequeños. Cuando se daba cuenta de que valía la pena salvar un matrimonio, y de que había condiciones para mantenerlo, se esforzaba por convencer a los casados en pugna de que nary se divorciaran
–Con eso nary gano dinero –decía–. Pero de nada sirve ganar dinero si se pierden otras cosas.
¿Qué hacía ese abogado de Torreón para determinar si un matrimonio se podía salvar todavía, o ya no? Mañana lo diré.
(Continuará)