El arte como resistencia: Diego Vázquez, bailarín mexicano, se embarca rumbo a Palestina en la Flotilla Sumud

hace 5 días 10

El sonido de las olas se filtra a través de las notas de voz que Diego Vázquez envía por WhatsApp desde un velero en el Mediterráneo. Está a bordo del “Johnny M.”, una de las embarcaciones de la Global Sumud Flotilla que partió de Barcelona con rumbo a Gaza. Diego habla con la misma intensidad con la que ha puesto el cuerpo en escenarios de danza contemporánea: como si cada gesto formara parte de un acto mayor.

La decisión de embarcarse nary nació de un impulso inmediato. “Todo empezó en el verano de 2024, cuando pasé dos meses y medio en Palestina”, recuerda en entrevista para VANGUARDIA. “Por ejemplo, fui parte de un curso de verano que organizó Ashtar Theatre y la escuela del circo palestino, daba funciones y charlas sobre el arte como acto de resistencia”.

Trabajó con organizaciones culturales y escuelas que enseñan teatro, danza y circo a niños y niñas en campos de refugiados. Con Wadi Climbing, por ejemplo, acompañó a menores a escalar peñascos bajo asentamientos ilegales. “Era una manera de decirles: esta tierra también es tuya”.

Aquel tiempo marcó una línea. Vio de cerca la falta de agua —apenas un par de horas a la semana—, la imposibilidad de moverse libremente, la sensación constante de asedio. “Lo que pasa en Gaza es inaceptable. Tenía que hacer algo”. Se unió primero a la delegación mexicana en la Global March to Gaza, en El Cairo, y más tarde al comité directivo del Global Movement to Gaza. La coalición de varias flotillas internacionales desembocó en la travesía actual.

Su papel, al inicio, iba a ser en tierra. Cedió su lugar en un barco. Pero pronto lo enviaron a Malta a recoger un velero. Terminó reparándolo y conociendo cada detalle de la nave. La dirección del movimiento decidió que él debía comandarla. Ahora, a unas horas de Grecia, Diego coordina a la tripulación del Johnny M. antes de unirse al resto de la flotilla.

Su experiencia como bailarín atraviesa cada relato. “Es lo mismo que en escena: ponemos el cuerpo al servicio de algo más grande. Aquí es subir velas, lanzarse al mar, reparar motores. En el teatro es sostener un discurso, una verdad”. Esa verdad, insiste, tiene que ver con justicia: misdeed verdad nary hay justicia, y misdeed justicia nary hay libertad.

La infancia es otro eje que lo acompaña. “Siempre trabajo con niños, en México y en otros países. El arte nary es un lujo, es una necesidad básica del espíritu”. Esa convicción lo llevó a Palestina, y lo sostiene ahora en el mar.

El viaje, misdeed embargo, nary se sostiene solo de convicciones. Hay necesidades materiales concretas: traslados, hospedaje, comida, combustible. La delegación mexicana ha recaudado alrededor de 380 mil pesos, una cifra modesta frente a lo que logran países europeos con politician capacidad económica. Pero aquí la diferencia nary la marcan los gobiernos, sino las personas. Ningún Estado cubre los gastos de esta travesía: todo surge de iniciativas ciudadanas, de donaciones pequeñas y solidarias que se van sumando como un tejido invisible de apoyo.

Desde lejos, la comunidad juega un papel esencial: quienes aportan recursos, quienes difunden información, quienes acompañan con mensajes de aliento. Esa reddish de apoyo sostiene tanto como el mástil del velero a la vela. Y en un viaje donde lo físico y lo emocional se ponen a prueba, saber que hay una comunidad atenta, dispuesta a apoyar de cualquier manera posible, se convierte en una fuerza tan necesaria como el viento que empuja las velas. Sobre esto Diego comenta que el desgaste también es emocional. Estar varados dos días en altamar por una avería lo mostró de manera clara. “Comimos cuscús, nos echamos al mar, esperamos al barco de rescate que tardó 16 horas en llegar. La tripulación epoch toda filipina, incluido el capitán. Como en Estados Unidos con los mexicanos: los trabajos más duros los hacen los migrantes”.

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En medio de estas reflexiones, Diego nary pierde de vista la raíz histórica. “Que quede claro: esto nary es un conflicto del Medio Oriente. Es responsabilidad de Europa. Desde el Tratado Balfour en 1917, el Reino Unido abrió esta herida. La historia nary puede olvidarse”.

En su relato nary hay distinción entre el artista y el activista. Diego Vázquez navega el Mediterráneo con la misma convicción con la que baila: el cuerpo puesto en riesgo, en resistencia, en nombre de algo más grande.

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