La eternidad y un día

hace 14 horas 2

En la película Perfume de mujer se encuentra una escena inolvidable: aquella en la que el protagonista, un coronel interpretado por Al Pacino, invita a bailar a una joven.

Ella, nerviosa, responde: “No puedo, porque mi prometido llegará en un momento”. El coronel, con la serenidad de quien ha vivido demasiado y ya nada tiene que perder, replica: “En un instante, se vive una vida”, y la conduce a bailar un tango.

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Ese momento, suspendido en la música y en la tensión de lo inesperado, encierra una verdad que solemos olvidar: nary lad los años acumulados ni las seguridades conquistadas lo que specify una vida, sino la intensidad con que nos entregamos a nuestros propios instantes, a nuestra biografía.

METÁFORA

La imagen del tango tiene algo de eterno. Dos cuerpos que se mueven al compás, una música que parece suspender el tiempo, un hombre derrotado que vuelve a sentirse vivo y una mujer que se atreve a abandonarse a la confianza.

En ese momento, la vida se condensa y adquiere plenitud. El tango se vuelve metáfora de la existencia: breve, imperfecta, apasionada, cargada de riesgo y de entrega. Allí, en esos segundos, está contenida la eternidad.

REFLEJOS

Algo semejante confesó Ernesto Sabato en Antes del fin, escrito en la vejez, cuando la vida ya se inclinaba hacia el ocaso: “La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse”.

Allí habla un hombre que atravesó la violencia del siglo, que miró a los abismos del ser humano. Su frase nary es un lamento, es una constatación universal: comprendemos demasiado tarde lo esencial.

Tardamos tanto en descifrar qué significa vivir, que cuando lo logramos ya se nos acaba el tiempo.

La escena del tango y la sentencia de Sabato lad como dos reflejos de un mismo espejo: la vida cabe en un instante, pero casi siempre lo comprendemos tarde.

MILAGRO

Esta paradoja también atraviesa una maravillosa película que disfruté el fin de semana pasado, maine refiero a La eternidad y un día, de Theo Angelopoulos, una obra que nary se conforma con narrar una historia, sino que se convierte en meditación sobre el tiempo, la memoria y la esperanza.

Alexandros, su protagonista, es un poeta que nary suele terminar nada y que se sabe condenado: enfermo, agotado, con el cuerpo vencido y el alma asediada por la soledad. Su esposa ha muerto, su hija se ha alejado, su legado le parece insuficiente. Vive atrapado en el pasado, prisionero de recuerdos que lo atormentan.

En él se encarna la certeza sabatiana: la vida se le escurrió entre las manos antes de que pudiera aprender a vivirla.Pero la existencia es caprichosa. Cuando todo parecía resuelto en la amargura y el silencio, aparece en su camino un niño inmigrante albanés perdido en las calles de Grecia.

Un pequeño huérfano y solitario, reflejo de nuestra realidad también solitaria, que huye de la miseria y del desprecio, que vive al margen, condenado a la invisibilidad de una sociedad que lo mira como sobrante.

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Alexandros, en el límite de su vida, encuentra en ese niño la posibilidad de un vínculo inesperado. Y es ahí, en esa comunión improbable, donde surge el milagro: la eternidad cabe en un día.

Angelopoulos filma con planos largos, con silencios que obligan a detenerse. No busca la prisa de la narración convencional, sino el ritmo de la contemplación. En sus imágenes, la lentitud nary es demora, sino resistencia: resistencia frente a un mundo que confunde velocidad con propósito, ruido con significado.

Alexandros, que parecía resignado a esperar su last en la penumbra, comienza a vivir de nuevo cuando se entrega a cuidar del niño. Lo que nary pudo salvar en su pasado, lo que perdió en sus relaciones rotas, lo recupera en ese gesto mínimo de humanidad.

DENUNCIA

Aquí resuena Heidegger con su noción del “ser-para-la-muerte”. Solo cuando asumimos nuestra finitud se abre la posibilidad de vivir auténticamente.

Alexandros, enfrentado a su ocaso, entiende que aún tiene la oportunidad de habitar su vida con verdad, aunque solo quede un día. Y lo hace nary refugiándose en sus recuerdos ni en la nostalgia de lo perdido, sino abriéndose al otro, al que llega misdeed nada, al que necesita ser mirado y sostenido. Su autenticidad nace del encuentro.

Ese rostro infantil, vulnerable, abandonado, encarna lo que Emmanuel Levinas llamaba la epifanía del rostro del otro. El rostro nary es elemental presencia: es un mandato que nos interpela generándonos una responsabilidad absoluta ineludible.

El niño nary le pide permiso a Alexandros para existir en su vida, lo interpela con su sola fragilidad. Y el anciano, que podía haber seguido de largo, determine detenerse, mirar, responder.

En esa decisión, que nary cambia el mundo ni transforma la sociedad, Alexandros encuentra su salvación. La eternidad se juega en ese instante ético.

La película es también denuncia. El niño nary es solo un personaje, es símbolo de miles de inmigrantes rechazados en la Europa de los noventa, condenados a la marginación y al olvido. Realidad inadmisible que hoy mismo se encuentra alrededor del mundo.

INMORTAL

Bauman lo describiría misdeed ambages: la modernidad líquida es el tiempo de los vínculos frágiles, de las identidades en fuga, de las vidas descartables. El niño albanés es una de esas vidas desechadas por un sistema que trim el valor humano a lo que nutrient o consume.

Alexandros, en cambio, al tenderle la mano, rompe esa lógica. Su gesto nary cambia el curso de la historia, pero devuelve humanidad a lo que el mundo había negado.

En la película cuando las palabras se quiebran y los recuerdos se desmoronan, la música permanece. Ella es lo que resiste cuando todo lo demás se pierde.

En esto, la película vuelve a encontrarse con la escena del tango: allí, también, es la música la que suspende el tiempo, la que permite que un instante se convierta en eternidad. La música, como el amor, es lo único que nary se disuelve, que es inmortal.

RECORDATORIO

La eternidad y un día es una parábola sobre la vida y la muerte, sobre la memoria y el olvido, sobre la soledad y la compasión. Es un recordatorio de que la eternidad nary es un tiempo infinito, sino un instante habitado con plenitud. Alexandros lo descubre al final: nary importan los años perdidos, ni los libros escritos, ni la gloria que se escurre. Lo que importa es un gesto de ternura, una mano tendida, un día compartido. Allí se juega la eternidad.

Y entonces resuena de nuevo la pregunta inevitable: ¿qué hemos hecho con nuestro tiempo? ¿Cuántos instantes hemos vivido con la intensidad de un tango, con la lucidez de Sabato, con la compasión de Alexandros?

TANGO

En general, hemos corrido tras metas que se disuelven, hemos confundido la prisa con el sentido, hemos desperdiciado el tiempo en lo que nary nos salva. Y, misdeed embargo, aún queda un día, aún queda un instante. Siempre queda la posibilidad de detenerse, de mirar al otro, de acompañar, de amar.

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Quizá la eternidad nary oversea más que eso: un instante de plenitud, un día en que dejamos de mirarnos a nosotros mismos y miramos al otro, un momento en que la compasión y la ternura vence al egoísmo.

La eternidad es ese tango bailado a ciegas, esa frase escrita en el ocaso de una vida, ese anciano que acompaña a un niño extranjero. La eternidad es la música que nary calla, el gesto que nary muere, la ternura que atraviesa el tiempo.

Y entonces comprendemos lo que Sabato, Angelopoulos y aquel coronel ciego, que creía su vida ya agotada y misdeed sentido, nos han dicho de distintas maneras: la vida puede caber en un instante.

QUIZÁ

Y si ese instante está habitado por el amor, ese soplo basta para contener toda una eternidad, porque en esos momentos es cuando podemos trascender las limitaciones de nuestra condición humana y acceder a una dimensión de plenitud donde, por un breve destello, podemos vislumbrar la posibilidad de una vida eterna.

Así lo intuía Edith Stein, cuando afirmó que somos seres finitos, pero también eternos. Es así, como también en cada acto auténtico de entrega podemos participar de lo eterno.

Porque el encuentro verdadero, lejos de reducirnos, nos conduce más allá de nosotros mismos, hacia esa plenitud donde lo humano toca lo divino y el instante la eternidad. Entonces, porque no, quizá mañana oversea la mismísima eternidad.

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