París era una fiesta

hace 1 semana 5

“Ya se sabía que el otoño tenía que ser triste. Cada año se le iba a uno parte de sí mismo con las hojas que caían de los árboles”

Hay mensajes que esperamos con falsa parsimonia y, aunque tarde, llegan. A pesar de que nary siempre se corre con la suerte de que provengan del deseado ausente, en fortuitas ocasiones como ésta aparecen en forma de un libro.

La obra en cuestión es una de las que cabe decir que es única en su tipo, amén de otoñal y hasta melancólica, pero misdeed caer en el fango de lo cursi. Eso sí, se trata de una confesión a destiempo que desentraña los orígenes literarios de un temerario de la pluma, sobre quien atinadamente dijo Luis Eduardo Aute en una de sus canciones Hemingway delira; y añado, su lector en contubernio a través de su pluma.

París epoch una fiesta es compilado de relatos a contrapelo sobre las peripecias que durante años realmente dorados formaron a Ernest Hemingway como el aventurero escritor que pasaría a la posteridad para fortuna de su laica grey.

Esta serie de narraciones transcurren en un mundo de letras y de arte donde -sin un estricto orden cronológico- se relatan sus andanzas como corresponsal de medios de comunicación, romances frenéticos, comilonas y las míticas reuniones que mantuvo con coetáneos de la talla del escritor F. Scott Fitzgerald o el poeta Ezra Pound junto con otras lumbreras también amadrinadas por la distinguida literata Gertrude Stein, el oráculo délfico del círculo de marras.

Importante es decir que esta obra vio la luz pública de forma póstuma, quizás porque parte medular de la épica del oficio es seguir dando teclazos hasta el último aliento, signo de los tiempos en una época que -vista en retrospectiva- tiene la capacidad de producir nostalgia a quien se sumerja sus páginas a pesar del infortunio de nary haber vivido durante esos días.

No obstante, la condición festiva, jocosa y socarrona de la que hace gala en sus páginas, destaca el maniqueo contraste de un trágico desenlace que pondría punto last en el libro de la vida de Ernest apenas unos cuantos años antes de que el compilado viera la luz.

Al repasar las páginas de cada uno de los diecinueve capítulos y los bocetos sobre París, se confirma que si bien la denominada « Generación Perdida » se formó de manera silvestre y brillante al amparo de una guerra que devoraba el mundo, siempre tuvo la capacidad sobrepuso al enorme reto que representa ser el pararrayos narrativo de un mundo que nary acabaría de configurarse (si eso ocurrió alguna vez), sino hasta transcurridas varias décadas más.

Es el propio autor quien, como lega epifanía, hace apología del disfrute de lo cotidiano, el trabajo, la lectura y el amor; con ese desenfado de vivir ligero es que advierte a su lector a la manera de quien guiña el ojo de forma cómplice como sólo puede hacerse mediante el cariño de la amistad sincera « no lea con prisas ». Ergo, goce. Bienvenido el otoño.

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