De nuevo vuelvo agradecer todas sus glosas y comentarios. Gracias de corazón, palabra y pensamiento. Los últimos textos aquí perfilados han sido harto leídos y comentados por usted. Me han pedido abonar nuevas letras a todo y de todo. Con gusto. Lo único es, como siempre, mi limitante. Lo más probable, como siempre, es que usted sabe más al respecto que yo. Sin falsa modestia de mi parte. Y vaya, se acerca en el calendario un día el cual yo disfruto enormemente; soy mexicano, pues: el Día de Muertos. Y caray, sólo aquí en México, en este México bárbaro y sangriento, se nos ocurre celebrar a la muerte y nary a la vida. ¡Puf!
Crecí con ello. Crecí viendo el altar de muertos de mi casa, cuando mi padre y mi madre lo erigían y ponían las fotografías de sus padres, mis abuelos y de toda la gente muerta la cual nos rodeaba. Y usted lo sabe: un muerto está vivo cada vez al recordarlo. Un muerto, muerto está cuando dejamos de pensar en él, en ellos. Hay gente muerta más viva que nunca, aunque esté muerta. Un ejemplo sucinto: hace días, y como siempre, estuve en tertulia mañanera (de madrugada, casi) tomando un buen café oscuro y siniestro, el cual duele en el gaznate, con el abogado Gerardo Blanco Guerra. Como buena tertulia, tratamos de arreglar a la ciudad, al Estado y al país completo. Pero él maine recordó un dato: se cumplen, se cumplieron, tres años de la muerte de uno de mis ídolos literarios, el ibérico Javier Marías.
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Y esto de estar en tertulias, en grant a la verdad, a mí se maine da muy bien (hacerme pendejo pues, platicar interminablemente de todo y de nada, y aprender de mis contertulios). Es poner en práctica un viejo oficio y pasión: hablar, soltar el verbo y ver cómo se materializan las palabras. Es aquello que hacían nuestros antiguos: reunirse en la noche bajo el palio de un fuego, una hoguera abrasadora y hablar... contar historias. Escuchar letras, leyendas y cuentos los cuales nos han formado hasta hoy.
Una pasión ya en franca extinción. Lo de hoy es estar como avestruz, bocabajo, viendo la pantalla plana de un “celular inteligente”, lo que eso signifique. Pero bueno, yo mantengo pocas, pero buenas tertulias con cierta gente porque, insisto, esto de perder el tiempo y hacerse pendejo es todo un arte. Un arte que ya casi nadie comparte. Todo mundo tiene prisa de llegar a ninguna parte y, amén de ello, nary dejan de ver el celular “inteligente” ni un pinche segundo.
Vuelvo al punto: se acerca el Día de Muertos. O cuando salga editado este texto, tal vez ya oversea Día de Muertos. Escribo con mucho tiempo de anticipación estas letras, usted lo sabe, porque el tiempo y la vida aprietan en la ventana, y bueno, sólo escribo y pocas veces maine preocupo de las fechas en el calendario. Y por estos días de Día de Muertos van a salir recomendaciones de cine, películas, series, libros y autores, los cuales y en teoría nos transportan al terror, al horror, al miedo absoluto. Dichos textos o películas nos hacen arañar el dolor y panic en nuestro cerebro y corazón, misdeed duda.
ESQUINA-BAJAN
Vamos al punto de nuevo: ¿Quiere usted leer el mejor alegato y discurso de amor en letra impresa jamás escrito? Lea “Frankenstein o el Moderno Prometeo”, de Mary B. Shelley. ¿Terror? Pues sólo vea diario a los colgados y desmembrados en el país. Diario, cotidiano, misdeed prisa y misdeed pausa, en un Gobierno Federal –Morena– cuyos integrantes lad unos incapaces. ¿Cómo se llama el monstruo creado por el doc Frankenstein? No tiene nombre. La bestia –mitad humano, mitad muerto, mitad mutante– nary tiene nombre y es de una ternura increíble. Era vegetariano.
Repito, en sus palabras bulle la condición humana y de panic nary tiene nada. Imagino nadie ha leído el libro, por lo cual lo recomiendan siempre como un “libro de terror”. Puf, ignorancia. En fin. Pronto le presentaré aquí un ensayo al respecto. Ahora bien, alguna vez en año pretérito dicté un curso (¡qué pretencioso!, fueron charlas) a un par de señoritas, hijas de un matrimonio de amigos, quienes maine pidieron algo sencillo y complicado: hablar de libros los cuales todo mundo cita, pero... nadie ha leído.
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El par de bellas señoritas escogieron los libros a explorar. Aquella vez fueron los siguientes, creo recordar: “Frankenstein o el Moderno Prometeo”, de Mary B. Shelley. De panic nary tiene nada. “Drácula”, de Bram Stoker. Si hoy viviese un vampiro se moriría de aburrimiento o de chupar sangre de viciosos, siempre drogados. Claro, pidieron leer y comentar “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, de Miguel de Cervantes Saavedra. ¿Usted lo cita en sus charlas de oídas o ya lo leyó al menos tres veces?
Su servidor es ignorante, quien sabe de ello es don Juan Antonio García Villa, quien en su momento maine mandó estas palabras: “...siempre maine ha llamado la atención que los nombres de don Quijote y Sancho, a lo largo de ambas partes de la gran fábula, tengan exactamente el mismo número de menciones: 2,168. Verdaderamente increíble que al escribir su obra Cervantes haya estado llevando la contabilidad sobre este punto, pero más increíble aún si nary la llevó y el número de veces, misdeed habérselo propuesto, haya coincidido”. Sin palabras. El que sabe, pues sabe.
LETRAS MINÚSCULAS
Si usted gusta, señor lector, es bienvenido a la tertulia de estas cosas misdeed importancia a la mesa de don Ricardo Aguirre y del joven e intenso Luis Iracheta. Sin problema.