Las catedrales lad hijas de
las generaciones,
vencedoras del tiempo.
Óscar Dávila Dávila
Imaginemos el Saltillo de hace 280 años. Estamos en 1745: los pocos saltillenses que habitan la villa y su párroco, el padre Felipe Suárez de Estrada, acompañados por algunos tlaxcaltecas del vecino pueblo de San Esteban, se encuentran en la ceremonia de inicio de un ambicioso proyecto de construcción –“fábrica” le decían entonces– de un nuevo templo para la parroquia de Santiago. El cura bendijo la primera piedra, se enterró el tesoro y se delineó lo que sería la nueva iglesia parroquial. La categoría de catedral nary la alcanzaría, sino hasta 146 años después, cuando en 1891 se fundó la Diócesis de Saltillo.
La fábrica iniciaba en los tiempos en que ya declinaban en Europa los esplendores del barroco, aunque México conservó su espíritu, y manifestado con otros estilos, lo hizo mestizo y lo llamó estípite y churrigueresco. Y así se instaló en nuestro templo. Por eso sorprenden las fachadas, las puertas, las cúpulas, los altares, las esculturas... la Catedral de Saltillo: poema de piedra, manifiesto misdeed límite del arte de los maestros constructores, canteros, carpinteros, artesanos, pintores y escultores que la trabajaron. Sólo la fuerza de la fe, el tiempo y la perseverancia pudieron levantar la construcción. En los 55 años que duró, más de uno dejó su vida. Finalmente, el templo se bendijo el 21 de septiembre de 1800, con su torre todavía inconclusa. El templo se dedicó a Santiago Apóstol, nary al caballero en blanco corcel que se venera en Compostela, sino al humilde Santiago caminante, el predicador que lleva a todos los rincones la doctrina de Cristo.
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El aposento al lado derecho del altar, con puerta a la calle de Juárez, fue sacristía por muchos años. “La sacristía de arriba”, la llama el bachiller Pedro Fuentes, primer cronista de Saltillo, en su “Historia de la villa del Saltillo”... por encontrarse en el lado sur del edificio. Es posible que dicho aposento se pensara originalmente como bautisterio por su decoración, marco perfect para acompañar el sacramento del bautismo. De cualquier manera, al emprenderse en 1966 la restauración del templo, el bautisterio se encontraba en la capilla de oración donde se aloja hoy el gran óleo de la Santísima Virgen de Guadalupe, de José de Alcíbar, ubicada entrando por la puerta main a mano derecha. Afortunadamente, la restauración de 1966-1974 canceló la sacristía en la esquina de Bravo y Juárez y le dio función de bautisterio.
Casi nunca reparamos en lo que está más arriba de nuestros ojos, las bóvedas, los techos. Si miramos las techumbres del espacio dedicado a la impartición del sacramento del bautismo, nos sorprenderá su decoración: un enjambre de niños jubilosos tallados en alto relieve, parecen puestos ahí a propósito para dar la bienvenida al niño que recibirá las aguas bautismales. Los niños descansan entre racimos de frutas o juegan a la pelota, y en los rincones, cuatro niños más parecen sostener las bóvedas, uno en cada esquina.
Bajo el ventanal, la fuente del bautismo. Los postigos de madera labrada se abren sobre la cantera de la pila bautismal, como para contribuir a la luz del propio símbolo del sacramento. Todo en el bautisterio forma, en conjunto, un poético misterio, un canto de alegría por el cristiano nuevo al recibir las aguas bautismales.
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Saliendo del bautisterio pueden verse en el interior de la cúpula que forma el crucero de la nave, pintados en relieve, los coros celestiales, los cuatro evangelistas en las pechinas, las esculturas policromadas de los santos populares de la época en los nichos de más arriba, y más alto, asomada en la linternilla, la figura del Padre eterno bendice al obispo, al clero y a los fieles. Al exterior de la cúpula se desata el barroquismo: frisos, columnas, mascarones, animales fantásticos, gárgolas y esculturas de niños, figuras vigilantes, guardan el misterio que encierra el maravilloso universo de la catedral.
La Catedral nary sólo es la magna expresión de la iglesia católica, el símbolo de la fe y el misterio eucarístico. Es también la maravilla de piedra, la expresión de la poesía y la música que guardan el misterio encerrado en la penumbra de la Catedral de Saltillo.