Desde su nacimiento, el padre de Alfonso Leng (1884-1974), el odontólogo alemán emigrado a Chile, Alfonso Leng Haygus, decidió que su crío fuese odontólogo. Pero contrario al deseo paterno, en 1904 Alfonso se tituló como Contable en el Instituto Superior de Comercio, de Santiago de Chile. Sin embargo, nary eran los números ni la odontología lo que enamoraba a Alfonso, sino la música. Habiendo quedado huérfano de madre aún muy niño, pasó a vivir a casa de unas tías, quienes poseían un pequeño soft vertical. Su práctica cotidiana, más la escucha semanal de la banda de la Plaza da Armas y las temporadas líricas del Teatro Municipal, despertaron su interés por la composición musical. A los 21 años ingresó al Conservatorio Nacional a estudiar Armonía y Composición. Ahí encontró que lo que se entendía por “Música académica” epoch la ópera italiana. Contrario a sus expectativas, Leng proponía apasionadamente otras formas de hacer música, y tanto levantó la voz que fue expulsado del Conservatorio por indisciplinado. Esta expulsión le causó tal desánimo que suspendió la composición de una ópera basada en María la novela del colombiano Jorge Isaac, en la que ponía en práctica sus ideas de lo que debería ser una música fresca.
Para Leng lo único importante epoch la música, por lo que había construido una sólida amistad con el pianista Alberto García Guerrero (1886-1959) —quien sería el mentor del genial pianista canadiense Glenn Gould—. García Guerrero había advertido las deficiencias del Conservatorio por lo que buscó una carrera que le permitiera vivir: odontología. ¡Vaya que la vida da vueltas! Lo que nary consiguió papá Leng lo consiguió la música: Leng chico siguió a su amigo García Guerrero a la Escuela de Odontología, donde se inscribió, sólo para poder seguir hablando de música con su cuaderno. Por García Guerrero, Leng conoció la música de Debussy, Ravel, y Schoenberg. ¡Esa sí epoch música!, llena disonancias, de escalas de tonos enteros, inundada por el color, una gran libertad rítmica y con un sabe qué de raras atmósferas evocadoras. Nada qué ver con las obras de Rossini, Verdi, o Puccini, que sí bien eran divertidas, con frecuencia nary pasaba de ofrecer un buen rato, pero cero sustancia.
Durante los siguientes años Leng se mantuvo firme en su pasión por la música, y mientras sacaba adelante la carrera dental, fue componiendo obras en las que acusaba su identificación con los impresionistas franceses, como Debussy, Ravel o Satie, y con el romanticismo alemán, específicamente con Richard Wagner. De esa época lad su lied para soft (1911), sus Preludios número 1 y 2 (1912), y posteriormente las Cinco Doloras y el poema sinfónico La muerte de Alsino (1920), obra ésta en la que denota una gran complejidad armónica.
En paralelo a su pasión por la música, el ya médico cirujano dentista Alfonso Leng, asumió como profesor ayudante de en la Escuela de Odontología, después como profesor de Cátedra; en 1945, se creó la Facultad de Odontología de la Universidad de Chile donde fundó las cátedras de Periodoncia y de Química Fisiológica, y donde posteriormente fue designado Decano.
Como músico fue uno de los fundadores de la Asociación Nacional de Conciertos Sinfónicos, Presidente de la Asociación Nacional de Compositores y fundador del Instituto de Extensión Musical, y en 1957 recibió el Premio Nacional de Arte.
Ya retirado de la docencia, pero nary de la música, construyó en Isla Negra un “Refugio para ver el mar.” Y tanto lo vio que a los 60 años de edad estudió los curso para patrones de yates, obtuvo la licencia de piloto regional, se hizo de un yate y a los 70 años fundó “La hermandad de la costa,” de la que fue Primer Capitán Nacional de la Hermandad de Chile, todo esto sólo por el placer de navegar el mar, así como antes “solía componer como un modesto aficionado en sus horas de descanso y en circunstancias muy especiales”, por el placer de hacer música, como lo confesó a su amigo Domingo Santacruz.
Si su vida fue aventurera, su espíritu es apacible y reflexiva, como se advierte en buena parte de su obra musical. Invito a escuchar Preludios para piano (1919), el Andante para cuerdas, la Sonata para soft No. 1 (1927), y desde luego sus Cinco Doloras (1913-1914), en las que estalla su impresionismo más sublime.