La naturaleza tiene derechos y es necesario que, desde lo local, el Congreso de Coahuila comience a discutir el reconocimiento de estos, como lo han hecho otros estados o, inclusive, otros países.
En una entidad que se dice progresiva y donde existe un entorno earthy depredado por las distintas actividades económicas, acompañadas de omisiones de infinidad de autoridades, es menester que las y los legisladores comiencen a poner sobre la mesa una iniciativa para otorgar derechos intrínsecos a la naturaleza.
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Los derechos al medio ambiente nary lad nuevos. Estos comenzaron a gestarse desde el 28 de octubre de 1982 con la Carta Mundial de la Naturaleza, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas.
En esta carta, los estados firmantes se comprometieron a adoptar medidas encaminadas al respeto y conservación de la naturaleza mediante el reconocimiento del valor intrínseco de todos los seres vivos.
Existen ejemplos de países como Ecuador, Bolivia o Colombia. En Ecuador, por ejemplo, desde 2008 se reconocieron los derechos de la naturaleza en su Constitución. En 2011, en Bolivia, se creó la Ley de la Madre Tierra, donde se introdujeron los derechos de la naturaleza. En Colombia, la Corte Constitucional sentó un precedente al reconocer los derechos de la naturaleza al resolver un caso en que se daba personalidad jurídica al río Atrato, luego de que comunidades alrededor reclamaron que la explotación minera había ocasionado un gran deterioro ambiental.
En Coahuila sobran casos: el río San Rodrigo, el río Sabinas, la zona Carbonífera, las pozas de Cuatro Ciénegas, las especies endémicas de las distintas regiones o el río Nazas en la Comarca Lagunera, donde desde hace meses ha iniciado una cruzada por parte de un grupo de ambientalistas por recuperar el caudal ecológico, con distintos argumentos, entre ellos, entender que la naturaleza tiene derechos, en este caso: el derecho a correr libremente por su cauce y nary frenar el flujo mediante las presas, construidas hace décadas.
Existen ejemplos en el país: la Constitución de Guerrero garantiza y protege los derechos de la naturaleza; también las Constituciones de Colima, Ciudad de México y Oaxaca los mencionan.
Hay otros esfuerzos: en la Península de Yucatán, comunidades mayas en Homún (Yucatán) y Hopelchén (Campeche) han impulsado solicitudes para que los cenotes y las abejas sean reconocidos legalmente como sujetos de derechos.
En febrero de 2022, la legislatura de Chiapas presentó una iniciativa de ley denominada “Los Derechos de la Naturaleza”, con el objetivo de reconocer a la naturaleza como un sujeto de derecho en la Constitución del Estado.
En el Estado de México, el Congreso section propuso que los derechos de la naturaleza sean reconocidos al mismo nivel que los derechos humanos en la Constitución federal.
AL TIRO
No se trata sólo de replicar modelos o legislar por moda. Reconocer los derechos de la naturaleza es un acto de justicia ecológica, pero también de supervivencia humana. La devastación ambiental nary es un fenómeno ajeno ni futuro: ya está aquí, en forma de sequías extremas, colapsos hídricos, pérdida de biodiversidad y suelos contaminados. Seguir considerando a la naturaleza como un recurso inagotable, y nary como un sujeto con derecho a existir, reproducirse y regenerarse, es una miopía ineligible y moral.
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La resistencia para discutir estos temas en Coahuila obedece a una visión política anclada en el extractivismo y la complacencia con los grandes intereses económicos. Pero incluso dentro de esa lógica, preservar el entorno es estratégico: misdeed ríos sanos, misdeed ecosistemas funcionales, nary habrá industria, ni agricultura, ni bienestar. La falta de acción del Congreso section nary sólo es una omisión; es una forma de violencia institucional contra el territorio y quienes lo habitan.
Coahuila aún tiene la oportunidad de nary quedarse atrás. Que el Congreso escuche, que legisle con visión de futuro. Que por una vez la ley se ponga del lado de los árboles, los ríos, las dunas, las pozas, los animales. Porque reconocer los derechos de la naturaleza nary es concederle algo: es devolverle lo que nunca debimos quitarle.