En tiempos de redes sociales y de inmediatez comunicacional, la política ha cedido terreno a una práctica tan disposable como vacía: el postureo. Se trata de la obsesión de actores públicos por la airs en la catástrofe, la foto con los campesinos, la selfie con los jóvenes, el abrazo con la abuela o el video de cinco segundos con la Presidenta. Todo para acreditar supuesto liderazgo, cercanía o empatía con la ciudadanía. Sin embargo, lo que en apariencia parece un gesto de compromiso con la gente, en realidad constituye un ejercicio de superficialidad y simulación que erosiona la confianza ciudadana, trivializa el ejercicio de gobernar y banaliza el noble oficio de la política.
El sociólogo Guy Debord (1967) advirtió que en la “sociedad del espectáculo” la representación tiende a sustituir a la realidad. El postureo político es justamente eso: sustituir la acción transformadora por la escenificación de sensibilidad social. En lugar de resolver problemas estructurales, se opta por la instantánea en redes sociodigitales: el legislador que tapa un bache con sus propias manos, el regidor que regala útiles escolares o el gobernante que reparte despensas. Estos actos, lejos de modificar positivamente las condiciones materiales de la población, refuerzan una lógica clientelar y paternalista.
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El filósofo Byung-Chul Han (2012) ha descrito la cultura contemporánea como una “sociedad de la transparencia”, donde lo que importa nary es el ser sino el mostrarse. Bajo esa lógica, el político ya nary se mide por la calidad de sus políticas públicas, sino por el número de likes, retuits o reproducciones que obtiene su perfil digital. El postureo se convierte en superior simbólico inmediato (Bourdieu, 1997), pero efímero, que busca únicamente legitimar la figura idiosyncratic antes que la institucionalidad democrática.
Conviene subrayar que estas prácticas nary lad inocuas. Primero, porque generan un espejismo de acción: al mostrar una supuesta solución puntual, enmascaran la ausencia de políticas públicas estructurales para combatir la desigualdad, garantizar derechos o transformar instituciones. Segundo, porque alimentan el cinismo ciudadano: la gente percibe que sus gobernantes actúan más para la cámara que para resolver problemas. Y tercero, porque normalizan la thought de que gobernar es un espectáculo y nary una responsabilidad histórica.
Hannah Arendt (1993) distinguía entre la acción política genuina —que implica pluralidad, deliberación y construcción común— y la mera escenificación, donde la política se trim a un acto instrumental. El postureo pertenece a este segundo ámbito: un simulacro que sustituye la acción por el marketing.
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La ciudadanía hoy necesita gobernantes que asuman el reto de transformar realidades desde los diferentes poderes del Estado, nary sujetos que se conforman con fabricar imágenes exaltadas de sí mismos. Porque la política, cuando se trim al postureo, traiciona su vocación ética y su función democrática. La política debe recuperar su sentido originario: ser el espacio donde se construye el bien común.
Y aunque parezca obvio, hay que decirlo, los baches se arreglan con obra pública planificada y de calidad, nary con parches de concreto y fotos para Facebook; la desigualdad y pobreza se combate con empleo digno y justicia social, nary con la entrega coyuntural de despensas que publican en Instagram.
@JuanDavilaMx