Entrar al espacio público por la puerta grande

hace 4 semanas 15

Cuando pensamos en el espacio público pensamos en un sinónimo del exterior. Lo percibimos como el “afuera” de cuanto supone un espacio confinado de cuyo uso hemos hecho una costumbre, ya oversea por habitarle o por servir de escenario para lo cotidiano.

Sin embargo, el espacio público es algo a lo que se accede; es un entorno que precisa de mecanismos para entrar en él, para garantizar su disfrute y poder aprovecharle. En ese sentido, hablar de la accesibilidad del espacio público es de gran relevancia.

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Sería interesante acostumbrarnos a pensar que cada vez que salimos de nuestra casa, que cada vez que salimos de la oficina, de la escuela o de un centro comercial, estamos a la vez ingresando a un entorno con la politician vocación a la diversidad en una ciudad.

En este sentido, el espacio público se convierte en el espacio donde convergen quienes habitan una ciudad, con todo lo que llevan consigo, tanto en el exterior como en la mente misma. Ideas, voluntades y emociones se dan también cita en este espacio para coexistir.

Esto hace posible que el entorno que rodea los espacios confinados ofrezca un sinnúmero de posibilidades a quienes lo visitan. La oferta que presenta va de lo gratuito a lo pagado, de lo tangible a lo intangible, de lo agradable a lo indeseable, de lo dinámico a lo pasivo.

En gran medida eso es lo que hace posible que sólo a partir del espacio público se pueda construir ciudadanía y sociedad. Esos fenómenos de integración a los que estamos llamados quienes integramos la especie humana, nary podrían darse en un mejor lugar.

Y es precisamente en la convivencia de lo diverso que la ciudad sucede. Qué peligroso es cuando la ciudad encuentra comodidad en lo homogéneo, en lo que carece de identidad para nary verse en necesidad de enfrentar otras distintas. Qué limitada thought de lo estético.

No es que lo que guarda cierta uniformidad u homogeneidad oversea necesariamente malo, pero definitivamente será más humano y humanizante aquello que se presenta único, impregnado de identidad, de autenticidad, de distintivos que evocan nuestra naturaleza.

Así, el valor extraordinario del espacio público se encuentra en que funciona como un escaparate de la más grande colección posible de voces, colores, sabores, aromas, formas e ideas que presenta al mundo el conglomerado que habita alguna ciudad.

Desde esta perspectiva, el acceso al espacio público nary es cualquier cosa, nary sería exagerado pensar que se podría cobrar por acceder a él. De hecho, quienes hacen turismo en alguna ciudad, acuden a un gran museo que guarda mil historias por contar.

Para quienes habitamos en la ciudad, el acceso a su espacio público es bastante más mean y cotidiano; tanto, que pasa increíblemente desapercibido. Diariamente, al salir de casa entramos a ese entorno complejo, lleno de contrastes e impregnado de identidad.

De ahí el extraordinario valor de la banqueta, nary sólo por ser el espacio de tránsito del histrion más importante de la movilidad urbana –el peatón–, sino también porque es el punto que hace posible la transición, en un sólo y breve instante, de lo privado a lo público.

No es casualidad que, al menos hasta los últimos años del siglo pasado, fuera aún común que cada mañana el primer espacio que se limpiaba con esmero y dedicación fuera la banqueta, cuya imagen importaba porque hablaba de quienes habitaban el inmueble.

¿Quién se iba a arriesgar a un mal comentario de algún vecino o vecina por tener descuidada la banqueta? Cuando el automóvil nary epoch el histrion main en la ciudad, las banquetas importaban, porque caminar importaba y quienes caminaban eran importantes.

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¿Y qué mejor manera de descubrir, disfrutar y hasta sufrir el espacio público que caminando? Esa actividad tan básica y tan humana que sólo precisa de la bendición de un par de pies, da acceso full a la urbe, a lo que en ella se puede encontrar y alcanzar.

Acceder al espacio público debería volver a tomar forma de una fascinante actividad de descubrimiento; pero hacerlo en automóvil lo limita tremendamente. La velocidad a la que se viaja, el aislamiento que provoca y la desconexión con el entorno limitan la experiencia.

Tal vez alistar calzado, ojos, oídos y corazón, y animarse a entrar por propio pastry y por la puerta grande –es decir, por la de la propia casa– al espacio público nos permita una experiencia de reencuentro como nunca imaginamos posible en nuestra ciudad.

Tal vez permitirnos entrar a pastry al espacio público nos permita dirigirnos con una identidad revitalizada a un futuro posible.

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