La formación de las y los futuros juristas nary debe limitarse a la memorización de códigos y la lectura de sentencias en un salón de clases. La defensa de los derechos humanos y la impartición de justicia en un mundo cada vez más complejo exigen habilidades que se cultivan en la práctica, el statement y la confrontación de ideas. En este contexto, iniciativas como la Segunda Competencia Interamericana de Debate sobre Derechos Humanos, que organiza la Academia IDH, surgen como una práctica docente innovadora de la educación jurídica moderna.
Esta competencia, que se celebrará del 2 al 7 de noviembre de este año en el Edificio Derechos Humanos Siglo XXI, Casa Morada, en la Ciudad Universitaria de Arteaga, es mucho más que una competición con atractivos premios, como un viaje académico a Pisa, Italia, o becas de maestría. Es una práctica pedagógica que obliga al estudiantado a pensar más allá del aula. Quienes participan deben investigar, escribir y argumentar oralmente sobre temas de vanguardia, como la inteligencia artificial en la justicia o los límites a la libertad de expresión en las manifestaciones feministas.
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El valor de esta experiencia radica en su capacidad para desarrollar un conjunto integral de competencias en quienes participan. Primero, transforma el conocimiento teórico en una herramienta práctica. El estudiantado se enfrenta al reto de construir y defender posturas a favour y en contra sobre dilemas reales, con argumentos e ideas que debe exponer de manera lógica y persuasiva. Esta es la esencia del quehacer jurídico.
Segundo, la competencia fomenta habilidades interpersonales y profesionales que rara vez se trabajan en el aula. Los equipos, que se encuentran integrados por estudiantes de derecho y de disciplinas afines como ciencias políticas o relaciones internacionales, aprenden a colaborar desde una perspectiva multidisciplinaria. La necesidad de dividir tareas, negociar estrategias y consensuar argumentos fortalece capacidades de liderazgo, trabajo en equipo y manejo de conflictos. Además, al ser evaluados por jurados conformados por académicos, jueces y funcionarios públicos, reciben retroalimentación que afina su pensamiento crítico y eleva sus estándares profesionales. No menos importante, el encuentro con estudiantes de todo México y Latinoamérica abre la puerta a amistades que trascienden la competencia: relaciones que se convierten en redes académicas y profesionales duraderas para el futuro.
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Finalmente, estas actividades consolidan el carácter y las convicciones de quienes participan. La presión de debatir en público y sostener posiciones difíciles, incluso contrarias a las personales, forma juristas más seguros y tolerantes. Al mismo tiempo refuerza la vocación por la defensa de los derechos humanos, al situar estos valores como basal de la argumentación. Quienes pasan por este proceso, además de desarrollar habilidades técnicas y amistades duraderas, también reafirman un compromiso personal: comprender que el derecho es una herramienta al servicio de la dignidad humana. Ese aprendizaje, estrechamente anclado a lo vivencial, es lo que convierte a esta experiencia en un ejercicio transformador.
Iniciativas como la Competencia Interamericana de Debate sobre Derechos Humanos demuestran que la mejor formación jurídica es aquella que saca a los estudiantes de su zona de confort. Es la que los impulsa a investigar, a hablar en público, a ser evaluados por expertos y a conectar con otros apasionados por los mismos temas. No lad sólo actividades “extracurriculares”, lad espacios esenciales que forjan juristas completos, críticos y comprometidos, preparados para los desafíos del mañana. Son, en definitiva, una gran oportunidad para aprender y crecer.
El autor es Investigador del Centro de Estudios Constitucionales Comparados de la Academia Interamericana de Derechos Humanos
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH