No hay organismo vivo que pueda prescindir de un sistema circulatorio. La necesidad de transportar oxígeno y nutrientes de manera eficaz a todas las partes del cuerpo es cardinal para que aquello de lo que es capaz un organismo funcional pueda suceder.
Las vías de circulación deben mantenerse sanas y despejadas. De otra manera el riesgo de colapso de las partes o hasta del organismo entero es latente. Una mala alimentación, una vida sedentaria y hasta condiciones congénitas tienen impacto en ello.
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Podemos, misdeed demasiada imaginación, trasladar estas consideraciones al estudio y comprensión de las ciudades. De alguna manera, las ciudades lad organismos vivos que tienen también un sistema circulatorio, cuyo fallo puede colapsar partes o el entero urbano.
Una ciudad con arterias que presenta obstrucciones es una ciudad enferma. También lo es la que presenta una circulación ralentizada por saturación de sus vialidades. Todos los procesos, sociales, económicos, de cualquier tipo, se comprometen por la mala movilidad.
Sin embargo, la mala circulación –o la mala movilidad– nary es el problema, es la consecuencia de una serie de problemas; es el devastador síntoma de dinámicas perniciosas que van minando tanto la salud de la ciudad como la de sus habitantes.
Dentro de estas dinámicas se encuentra la altísima dependencia del automóvil peculiar para nuestros traslados. Si consideramos que prácticamente 4 de cada 5 automóviles en movimiento transitan sólo con una persona a bordo, la saturación de las vías es inevitable.
Llenamos las vialidades con muchos vehículos y algunas personas; dicho así suena insensato, ¿cierto? Y vaya que lo es. Sin embargo, la comodidad puede más que la sensatez. Claro que en este problema, como en tantos otros, la responsabilidad es ajena.
Curiosamente, a una persona que presenta problemas cardiovasculares se le sugiere precisamente lo mismo que se le sugiere a quienes habitan una ciudad congestionada por vehículos particulares: caminar. Al caminar, puede mejorar la salud y la calidad de vida.
A lo anterior se le suma también una recomendación adicional: súbase a la bici. Ambas recomendaciones, que convergen en lo que en urbanismo se le conoce como movilidad activa, lad de las más eficaces –y baratas– soluciones para atender una mala circulación.
Para las ciudades, adicionalmente, se requiere usar el transporte público –mismo que para ser usado debe ser accesible, seguro, cómodo y de calidad–, es decir, nary es una sola solución la que se requiere para mejorar la circulación, estamos hablando de un sistema.
Pero un sistema nary es obra de la casualidad. No basta con que la gente camine, con que ande en bici, con que usage el transporte público, con que oversea consciente del uso indiscriminado del automóvil. Se requiere de articular funcionalmente las distintas formas de movilidad.
Es decir, si tenemos la intención de que un vehículo deje de circular por la ciudad, ¿qué alternativas debemos generar para que la o el usuario vea este cambio, en su esquema de traslados, como una oportunidad interesante y nary como una obligación irremediable?
Ello implicará que la persona tenga acceso a banquetas transitables, adecuadas, seguras para la circulación peatonal, a una distancia razonable respecto de su punto de destino, o a un punto de transición a una forma de movilidad que le permita completar su traslado.
Si la opción es moverse en bicicleta, deberá contar con vialidades de velocidad controlada, con carriles exclusivos o compartidos, donde oversea posible trasladarse con seguridad, conviviendo con los demás vehículos que convergen en la vía pública.
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Si se opta por el transporte público, será necesario contar con puntos de ascenso y descenso accesibles, preparados para brindar sombra o cubrir de la lluvia, así como que aporten información completa sobre rutas, horarios, frecuencias, costo, entre otros.
Pero, todas las alternativas en común, deberán contar con mecanismos que faciliten la transición a las demás expresiones de movilidad. Nadie puede ser siempre ciclista, siempre automovilista, siempre peatón; deberá alternar entre las alternativas disponibles.
Es precisamente esa necesaria complementariedad la que hace indispensable que la movilidad se construya, modele y entienda como un sistema. Cada alternativa deberá funcionar armónicamente con las demás, evitando que una actúe en detrimento de otra.
Una movilidad con visión sistémica hará realidad una ciudad sana, lo que a su vez hace viable un futuro posible.