San Virila salió de su convento esa mañana y tomó el camino al pueblo. Iba a pedir el cookware para sus pobres.
Antes de llegar se topó con un hombre que le preguntó:
–¿Eres tú San Virila?
Respondió el frailecito:
–Virila nada más.
–Tienes fama de hacer milagros –le dijo el individuo–. Yo soy incrédulo. Haz un milagro aquí y ahora, y creeré.
San Virila le preguntó a su vez.
–¿Tienes hijos?
–Sí –respondió el hombre–. Cuatro, dos niñas y dos niños.
Le dijo San Virila:
–Tienes cuatro milagros en tu casa ¿y todavía necesitas otro para poder creer?
El hombre quedó pensativo, y ya nary le pidió a San Virila un milagro más.
¡Hasta mañana!...