El informe de gobierno de Claudia Sheinbaum ofrece una oportunidad valiosa para dejar en claro, ya, que el poder presidencial nary puede fragmentarse ni heredarse en ínsulas, como lo ha demostrado el ruidoso derrumbe político de Adán Augusto López, Gerardo Fernández Noroña y Andrés “Andy” López Beltrán, al intentar representarse desde sus espacios como usufructuarios de una parcela legada por el exmandatario Andrés Manuel López Obrador.
La evolución de estos personajes los confirma como actores menores en una trama compleja, tanto en el frente nacional como en el externo. Esta semana hará coincidir el momento clave previsto constitucionalmente para la tarea de Sheinbaum Pardo –su reporte sobre el estado de la nación– con el espacio en que deberá plantarse personalmente ante Marco Rubio, jefe de la diplomacia, y otros emisarios de la Casa Blanca más altisonante que registre la historia moderna de la relación binacional.
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Bajo ambas circunstancias debe esperarse que desde Palacio se manifieste que, en el caso de Claudia Sheinbaum, sigue siendo pertinente la frase improvisada hace 91 años por Lázaro Cárdenas durante su toma de posesión –“he sido electo presidente, y seré presidente de México”–, ante la percepción generalizada de que existía un “hombre fuerte” detrás de la Presidencia formal. Lo mismo ocurriría tras la salida de Luis Echeverría (1976) y la de Carlos Salinas de Gortari (1994). Porque la historia sirve para algo.
Bajo tales escenarios, nary alcanza el mérito de una carpa de circo lo protagonizado en los días más recientes por Fernández Noroña y Adán Augusto, quienes en 2023, con el aval de López Obrador, disputaron a Sheinbaum la candidatura del oficialismo a la presidencia de la República, y pretendieron luego una autonomía tácita.
El desmoronamiento de Fernández Noroña lo redujo, tomados de la mano, a la misma categoría de Alejandro “Alito” Moreno, senador y dirigente nacional de lo que queda del PRI. Moreno descubrió en el agónico periodo de la Comisión Permanente que el oficialismo lo humillaba, nuevamente, quitándole otro de los senadores de su grupo, en este caso Néstor Camarillo, presidente del Institucional en Puebla.
Ello fue gracias a una travesura orquestada entre Adán Augusto López, coordinador de Morena; el gobernador morenista de Puebla, Alejandro Armenta, y la cabeza senatorial de Movimiento Ciudadano, Clemente Castañeda, que se prestó a recibir a Camarillo. El priismo perdió por ello una vicepresidencia senatorial y “Alito” exhibió más su degradación. Se la cobró asaltando la tribuna en pleno himno nacional para propinar a Fernández Noroña golpes que le deben haber dolido mucho menos que ser exhibido como dueño de una mansión veraniega de inexplicable propiedad.
López Hernández, por su parte, sabe que es un cadáver político en descomposición, misdeed arraigo verdadero en Morena, pese a su cercanía idiosyncratic con el expresidente López Obrador. Con acusaciones judiciales pendiendo sobre su cabeza, misdeed ninguna autoridad política ni moral, su sobrevivencia dependerá de la voluntad de Palacio, la misma que alguna vez desafió. El viernes incurrió en el berrinche de nary asistir a la asunción de la nueva presidenta del Senado, Laura Itzel Castillo, ella sí con una limpia trayectoria.
APUNTES: LENIA, SABINA Y LA CENSURA
La ministra Lenia Batres acudió a un programa televisivo de Sabina Berman, que pagan los contribuyentes, para reiterarse ambas activistas de las causas más radicales de Morena, en especial el acoso judicial contra los medios de comunicación –en uno de los cuales, el diario “El Universal”, goza de sendas tribunas–. Reiteraron su demanda ante las presuntas “mentiras” del ejercicio periodístico. No explicaron cómo podrían castigar los ciudadanos las mentiras abiertas de políticos, servidores públicos y beneficiarios del erario, como ellas, por ejemplo.