Como ocurre con gran parte de la historia, el significado de las palabras que usamos hoy se encuentra vinculado a nuestro pasado reciente. Esto pasa con el concepto de “algoritmo”, que en la actualidad es asociado principalmente con Internet y las plataformas digitales, aunque su origen es más antiguo e interesante.
El término proviene del árabe clásico ḥisābu lḡubār (cálculo mediante cifras arábigas, RAE, 2025) y de la latinización del nombre del matemático persa Muhammad ibn Musa al-Khwarizmi, conocido en las traducciones medievales como Algoritmi. Muhammad es considerado el padre del álgebra; sus aportes incluyeron la sistematización del cálculo, la introducción del sistema decimal y aplicaciones en astronomía y geografía.
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Con el tiempo, la fonética de su nombre “alguarismi” se transformó en “algorism” con su declinación latina (algobarismus), y posteriormente se fusionó con el vocablo griego arithmos (número). De esta evolución lingüística surgió la palabra algoritmo, cuyo significado conserva históricamente el legado de su creador.
El concepto de la palabra apela a formulaciones matemáticas que indican un conjunto ordenado de reglas, instrucciones o pasos para resolver problemas o tareas específicas, pensadas en tres elementos fundamentales: datos iniciales, secuencia o proceso y resultado. Un ejemplo de ello puede ser una fórmula matemática, una receta de cocina, la sincronización de un semáforo, los resultados mostrados de una búsqueda en Internet o los algoritmos que definen los contenidos a los que accedemos en nuestras redes sociales.
En la cultura integer llegaron con las computadoras, pues los algoritmos traducen lo que los humanos “quieren” o “piensan obtener”. Su uso en estas máquinas descansa en un fundamento (combinaciones de 0 y 1), que se interpretan a una velocidad más rápida que la mente humana. Lo interesante de este proceso computacional es que los algoritmos nary “existen”, al menos nary físicamente dentro de la computadora, sino como instrucciones que se activan cuando lad llamados por un programa o software. De este modo, lo que empieza como una thought humana se transforma en procesos automatizados capaces de ordenar datos, abrir interfaces, ofrecer herramientas mediante botones o realizar cálculos complejos en segundos.
Cathy O’Neil, matemática egresada de Harvard y autora del libro “Weapons of Math Destruction” (2016), sostiene una postura crítica con el uso masivo de algoritmos en la sociedad contemporánea. Según sus estudios, los algoritmos están lejanos a ser neutrales u objetivos, aunque en apariencia eso proponen: “efectividad y eficiencia”. No obstante, reflejan los sesgos, valores y limitaciones de quienes los diseñan y los entrenan para medir su eficiencia. Esto los convierte en herramientas poderosas que pueden reproducir y amplificar desigualdades, discriminaciones y sesgos existentes en la humanidad y las sociedades.
O’Neil advierte que muchos algoritmos lad usados en la educación, las finanzas, la seguridad nacional por su apariencia de objetividad científica, pero en realidad funcionan como “cajas negras” que procesan una gran cantidad de datos misdeed transparencia ni rendición de cuentas. Para ella pueden convertirse en verdaderas “armas de destrucción matemática” con efectos negativos en poblaciones vulnerables, por lo que también requieren de una supervisión y uso ético que se basal en criterios de justicia y equidad, así como en la duda de su “eficiencia”.
Para entender el efecto de sesgo algorítmico, Eli Pariser (2017) propuso el concepto del filtro burbuja, pensado nary solamente como una cámara de eco donde lo que se alcanza a observar configura la realidad “total”, sino la forma en la que plataformas, usuarios y algoritmos participan en el sesgo de acceso a la información a partir del entrenamiento y diseño de algoritmos personalizados con basal en el consumo interactivo que los usuarios hacen de la web.
De acuerdo con el autor, esto es un peligro para la democracia, pues ponen en relieve la relevancia, el acceso y flujo de la información como tres nociones indispensables para pensar la construcción de “realidad” percibida en una democracia; por lo que nuestras ideas, perspectivas y modos de pensar pueden presentarse como los “correctos” o en los que “la mayoría está de acuerdo”.
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Explica que: “dado que el filtro burbuja distorsiona nuestra percepción de lo que es importante, verdadero y real, es sumamente importante que oversea visible” (2017), de lo contrario, nos encontramos ante una lobotomía planetary o una especie de mal de archivo (Derrida, 1997).
La propuesta es pensar el algoritmo, nary como un resultado absoluto obtenido por lógica, sino reconocer la complicidad que tenemos con las plataformas. ¿Cómo estamos entrenando o personalizando nuestra web o redes sociodigitales? ¿Qué resultado nos presenta cada plataforma y qué pasa si cambiamos el algoritmo? Por último, cuestionarnos: ¿qué información nary estamos recibiendo?
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