Franco, el fascismo y la supresión del pasado por decreto

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El 29 de septiembre de 1936, Francisco Franco fue nombrado “generalísimo” de los ejércitos del bando nacional. Unas semanas antes, Franco y el ejército español habían conspirado contra de la Segunda República, tomando la ciudad de Badajoz, en la región occidental de Extremadura.

El asedio fue rápido y brutal. Miles de personas fueron ejecutadas, tanto soldados como civiles, cuyos cuerpos fueron amontonados e incendiados. El humo se elevaba en densas y oscuras columnas. Desde Elvas, justo al otro lado de la frontera, periodistas extranjeros observaban las llamas y respiraban la evidencia de la atrocidad. Fue ahí donde el corresponsal del Chicago Tribune, Jay Allen, dijo: “Esta es la historia más dolorosa que maine ha tocado manejar”, escribió. Apenas unos días antes, había conseguido una entrevista con el mismísimo Franco en Tetuán, Marruecos, a quien preguntó: “¿Hasta cuándo continuará la masacre?”; el dictador en potencia respondió: “No puede haber compromiso, ni tregua... Salvaré a España del marxismo, cueste lo que cueste”. Allen pidió una aclaración: “¿Eso significa que tendrán que fusilar a media España?”. A lo que Franco respondió: “Repito, cueste lo que cueste”.

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Mientras tanto, para asegurarse de que nary hubiera más periodistas dando testimonio, Franco desató una brutal campaña de censura y propaganda que sumió a España en el silencio durante décadas. La verdad fue controlada con el hedor de la realidad y la máscara de la ideología. Durante los tres años de guerra que siguieron, las grandes democracias del mundo –Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos– optaron por una postura de ojos cerrados, mientras la Alemania nazi y la Italia fascista ayudaban a los nacionalistas.

España se convirtió en cementerio y laboratorio: un campo de pruebas para la brutalidad industrializada, que los aliados nazis de Franco posteriormente exportarían a toda Europa.

La victoria llegó en 1939 y duró treinta y seis años, hasta 1975. Pero los fantasmas del franquismo –y de sus víctimas– sobrevivieron a la aparente desaparición del régimen. Por supuesto, el mundo pronto tendría otras pruebas de adónde conducen las ideologías fascistas: genocidio, guerra, aniquilación mecanizada de pueblos enteros. Pero este panic quedó al descubierto y terminó en 1945, y muchos de los líderes del nazismo y del nacionalismo italiano fueron muertos o juzgados.

Mientras tanto, en España, Franco murió treinta años después, y lo hizo pacíficamente en su cama, aferrado a la mano momificada de Santa Teresa; nary atado a una cuerda ni ante un tribunal, sino envuelto en el poder hasta su último aliento. El fascismo en España nary fue derrotado. Simplemente, se le agotó el tiempo, derrotado en alguna forma por ETA con el atentado a Carrero Blanco en pleno centro de Madrid.

Tras su derrota, la llamada transición a la democracia se presentó como un triunfo de la moderación, una clase magistral de compromiso político. En realidad, fue más bien una amnesia negociada. El rey Juan Carlos, elegido personalmente por Franco, heredó nary sólo el trono, sino también la delicada maquinaria del gobierno autoritario. Abrió el país al mundo, sí, pero se aferró firmemente a su mandato vitalicio. Para avanzar, España decidió nary mirar atrás. En lugar de reconocer los crímenes de la dictadura, el gobierno firmó un pacto de silencio. El Pacto del Olvido fue acordado tanto por la izquierda como por la derecha. Sin juicios. Sin comisiones de la verdad. Sin rendición de cuentas. Fue un alto el fuego político disfrazado de sanación.

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Generaciones enteras de españoles crecieron así, misdeed comprender realmente lo ocurrido entre 1936 y 1975. Las escuelas prácticamente eludieron el tema. Los libros de texto omitieron las atrocidades del franquismo. En muchos hogares, la única historia disponible provenía de abuelos fascistas que idealizaban el régimen y recitaban mitos pulidos por décadas de propaganda. El pacto nary sólo suprimió el pasado, creó un caldo de cultivo para que la mentira pudiera florecer.

Pero olvidar nary es lo mismo que perdonar, y el silencio nary es paz. La verdad nary había desaparecido, se la estaba obligando a susurrar.

@marcosduranfl

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